Abajo
explico los detalles
Walter
el kioskero detective
(mi
primer texto o argumento de cuento con IA)
En
un tranquilo barrio de Montevideo, el kiosco de Walter Orgoroso Pena,
a quien todos llaman Walter, no es solo un puesto donde los vecinos
compran el diario, cigarrillos y golosinas. Es un lugar de encuentro,
donde la gente intercambia chismes, se queja del clima y discute
apasionadamente sobre política y fútbol. A lo largo de los años,
el kiosco se ha convertido en un símbolo de pertenencia, un lugar
donde se teje la cotidianidad de la comunidad.
Walter,
con su bigote y una voz grave pero amigable, conoce a cada cliente
por su nombre y sabe lo que van a pedir antes de que abran la boca.
Sabe cuál es la revista favorita de la señora Marta y qué diario
prefiere Don Ernesto. La gente se siente atraída por su presencia,
ya que siempre tiene una frase sagaz o un comentario que provoca una
sonrisa o una reflexión.
Walter
no es solo un hombre amable detrás de un mostrador. Sus ojos, que
parecen verlo todo, son testigos de la vida que se despliega a su
alrededor. Tiene la capacidad de captar detalles que otros ignoran:
una mancha de tinta en los dedos de un cliente, un ceño fruncido que
denota preocupación, o el gesto nervioso de alguien que pasa por la
esquina sin detenerse. Estos detalles se acumulan en su memoria como
piezas de un rompecabezas, y Walter, sin proponérselo, se convierte
en un cronista involuntario de los dramas y secretos del barrio.
De
joven, Walter había trabajado como reportero para un pequeño
periódico, un trabajo que dejó tras una historia que lo marcó
profundamente. Sin embargo, ese instinto investigador nunca se apagó
del todo y, aunque ahora se dedique a vender noticias en lugar de
escribirlas, su mente sigue entrenada para leer entre líneas y
conectar puntos invisibles para los demás.
Walter
ha perfeccionado el arte de escuchar. No solo escucha las palabras,
sino el tono, las pausas y los silencios que dicen tanto o más que
un titular de primera plana. Sabe cuándo un vecino tiene algo que
ocultar o cuándo una sonrisa oculta una tristeza. Cada conversación,
por trivial que parezca, es una pieza de un rompecabezas más grande,
y Walter, como un maestro de las conexiones humanas, sabe cómo
ensamblarlas.
Esta
capacidad para captar lo que no se dice, para leer entre líneas en
las conversaciones cotidianas, es lo que realmente lo convierte en un
observador sin igual. Para él, el verdadero misterio no se resuelve
con el cierre de un caso, sino que se despliega cada día en las
interacciones de la gente, en sus gestos, en las historias que los
periódicos solo tocan superficialmente y en las verdades a medias
que se deslizan entre los chismes y las noticias.
El
barrio de Montevideo, conocido por su calma y seguridad, se ve
repentinamente perturbado por una serie de muertes inquietantes. Los
vecinos, acostumbrados a una vida tranquila y a las charlas
cotidianas en el kiosco de Walter, ahora hablan en susurros, mirando
por encima del hombro.
El
primero en morir es Alfredo Martínez Suñol, un anciano muy querido
que aparentemente sufre un accidente de tráfico. Luego, Elena Soca
Zufrastegui, una modista muy conocida en el barrio, es encontrada sin
vida en su casa. Por último, Nicolás Núñez Dolietta, un joven
estudiante de la universidad, aparece muerto en un parque al
amanecer.
La
policía investiga cada caso por separado, considerando teorías
desde accidentes desafortunados hasta delitos aislados, porque los
oficiales no encuentran relación entre las víctimas. Los medios de
comunicación cubren las historias con sensacionalismo, lanzando
teorías infundadas que solo aumentan la confusión y el miedo.
Walter
ha pasado años trabajando en su kiosco de Montevideo, rodeado de
montones de periódicos y revistas que no solo vende, sino que lee
con avidez. Para él, los diarios no son solo relatos de eventos,
sino ecos de una realidad más compleja y entrelazada. Su experiencia
como antiguo reportero le ha enseñado a encontrar patrones donde
otros solo ven palabras aisladas, a leer entre líneas y a descubrir
las historias ocultas en la tinta impresa.
Con
la aparición de los recientes crímenes en el barrio, su curiosidad
natural se aviva. Al revisar los diarios, Walter comienza a notar
detalles que a otros les pasarían desapercibidos. Un obituario
redactado de forma extraña, una carta al director que menciona un
hecho olvidado de la historia del barrio, o un anuncio clasificado
que aparece repetidamente en las mismas fechas que los incidentes.
Walter
decide crear un pequeño archivo en su kiosco: una pared oculta tras
un panel, donde empieza a pegar recortes de las noticias que
considera importantes. Clasifica los artículos por tipo:
obituarios, reportajes y anuncios clasificados. Poco a poco, los
hilos rojos que conectan los recortes comienzan a aparecer, formando
un mapa de coincidencias inquietantes.
Por
ejemplo, descubre que un obituario reciente se refiere a un hombre
que murió en circunstancias similares a las de un anciano asesinado
semanas antes. Además, un anuncio de venta de antigüedades aparece
cerca de las fechas de cada crimen, mencionado de forma críptica en
diferentes diarios, y siempre firmado con el seudónimo "El
Coleccionista".
Las
cartas al director son otro elemento que capta su atención. Aunque
algunas parecen quejas triviales, otras contienen comentarios
aparentemente inocentes sobre lugares o eventos del barrio, escritos
por personas que Walter no logra identificar. Tras releerlas varias
veces, se da cuenta de que algunas de estas cartas, escritas con un
tono sutilmente burlón, mencionan aspectos de la vida de las
víctimas antes de que fueran encontradas muertas.
Por
ejemplo, una carta firmada por "Un observador atento"
menciona la "misteriosa luz que siempre se encendía en la casa
de Elena" días antes de que ella apareciera asesinada. Otra,
publicada poco antes de la muerte de Nicolás, habla de un parque que
"alberga secretos al caer la noche". Estos comentarios,
leídos de manera individual, no parecen tener importancia, pero en
conjunto son un presagio de los hechos.
Los
anuncios clasificados también ofrecen pistas. Walter descubre que
ciertos anuncios con lenguaje inusual se publican en más de un
diario local, pero nunca los firma la misma persona. Algunos hablan
de objetos perdidos o ventas de antigüedades, pero siempre incluyen
un detalle que no encaja: una palabra fuera de contexto, una
referencia histórica que parece inconexa.
Tras
consultar a un conocido que trabaja en la imprenta de uno de los
diarios, Walter descubre que estos anuncios son colocados por un
intermediario que recibe instrucciones por cartas selladas. Esto lo
lleva a pensar que alguien está usando los clasificados para enviar
mensajes en clave a otros cómplices, coordinando los crímenes desde
las sombras.
A
medida que Walter avanza en su investigación, descubre que los
crímenes recientes tienen raíces profundas en una rivalidad de
décadas atrás entre dos familias influyentes del barrio: los Castro
y los Pereyra. Estas familias, antaño poderosas y respetadas,
controlaban gran parte del comercio y la vida social en Montevideo.
Su rivalidad, nacida de un conflicto de negocios que se convirtió en
una enemistad personal, quedó registrada en los periódicos y en las
habladurías de los más ancianos del barrio, pero con el tiempo se
desvaneció de la memoria colectiva.
Los
Castro eran conocidos por su astucia y ambición. Administraban una
cadena de tiendas y mantenían influencias en la política local. Por
otro lado, los Pereyra, más dedicados a las artes y la cultura, se
enorgullecían de su elegancia y sus conexiones en el mundo
intelectual. La chispa que encendió la rivalidad fue un acuerdo
comercial roto, que culminó en un escándalo público que dividió
al barrio en dos facciones.
Walter,
al revisar las hemerotecas y los archivos viejos de su kiosco,
encuentra artículos que narran sucesos clave de la disputa:
acusaciones de sabotaje, un incendio en un almacén que pertenecía a
los Castro y una obra de teatro organizada por los Pereyra que
terminó abruptamente cuando uno de los actores reveló secretos de
la familia rival. Estos eventos, que en su momento fueron tratados
como meras anécdotas de rivalidad social, tienen ahora un
significado más siniestro.
Los
obituarios recientes muestran que cada una de las víctimas estaba de
alguna manera conectada con los eventos pasados. Alfredo, el anciano
atropellado, había sido un contador que trabajó para los Castro
durante la época más álgida de la disputa. Elena, la modista
asesinada, fue confidente y amiga cercana de una de las hijas
Pereyra, famosa por su activismo artístico. Nicolás, el joven
estudiante, había descubierto documentos antiguos que relacionaban a
las dos familias y lo había comentado en círculos académicos.
Walter
empieza a entender que los asesinatos no son actos al azar, sino
parte de un plan meticulosamente calculado. La vendetta tiene un
rostro y un motivo: alguien está vengando una traición. A través
de entrevistas discretas con vecinos mayores, descubre que en el
pasado hubo un intento de reconciliación entre las familias, un
matrimonio arreglado que terminó en un escándalo cuando el
prometido de una de las jóvenes Pereyra fue descubierto en un
romance con la heredera de los Castro.
Este
escándalo, que no llegó a los periódicos pero vivió en los
murmullos de las calles, marcó el punto de ruptura definitivo en lo
personal y social entre esas familias y las personas de su entorno.
La traición dejó heridas que el tiempo no curó, y aquellos que
conocieron los detalles originales guardaron silencio, temerosos de
reabrir las viejas cicatrices. ¿Qué otros datos estarían enlazando
estas situaciones de tiempo atrás con los crímenes recientes?
Walter,
con su talento único para detectar patrones en las noticias y su
aguda memoria, sigue examinando recortes de periódicos viejos. Es en
un suplemento dominical de la sección económica, casi olvidado en
un rincón de la hemeroteca de su kiosco, donde encuentra un artículo
que reaviva la historia de un escándalo financiero que sacudió a
Montevideo hace más de 30 años. En esa época, una de las familias
más prominentes del barrio, los Pereyra, vio su fortuna esfumarse
tras una serie de inversiones fraudulentas orquestadas por un socio
misterioso.
El
artículo menciona la repentina desaparición de este socio clave, un
hombre llamado Sebastián Duarte, cuyas acciones arruinaron a los
Pereyra y favorecieron a sus rivales, los Castro, quienes, al
parecer, se beneficiaron del escándalo sin involucrarse
directamente. La desaparición de Duarte fue tratada como un
misterio, pero el caso se enfrió rápidamente y fue enterrado bajo
el peso de nuevas noticias y eventos.
A
medida que Walter revisa más documentos y conversa con los vecinos
más viejos, empieza a delinear un patrón: los asesinatos recientes
afectan a personas que, de una u otra manera, estuvieron involucradas
o beneficiadas por la caída de los Pereyra. Vuelve a repasar quiénes
fueron las víctimas: Alfredo, el contador que manejó las cuentas en
el negocio del fraude; Elena, quien trabajaba en la imprenta que
difundió noticias manipuladas que favorecieron a los Castro; y
Nicolás, el joven que había investigado sobre el tema para un
proyecto universitario sin saber la magnitud de lo que había
descubierto.
Cada
asesinato es un paso calculado en una campaña de venganza
meticulosamente orquestada, ahora Walter enfoca sus hipótesis sobre
la base de esta última información. La desaparición de Sebastián
Duarte y el rastro de su legado han regresado al barrio, y Walter
sospecha que alguien vinculado a él, quizás un hijo o un familiar,
ha vuelto para saldar la deuda de honor que dejó el escándalo.
Walter
encuentra nuevas pistas cuando tropieza con otro suplemento
económico, en el que un pequeño anuncio clasificado menciona la
venta de libros y archivos antiguos. Al seguir esta pista, llega a
una librería de segunda mano donde encuentra un diario personal,
anónimo, que habla del escándalo desde la perspectiva de alguien
cercano a Duarte. Las páginas, amarillentas y gastadas, cuentan cómo
Duarte se había visto forzado a tomar decisiones desesperadas
después de descubrir un fraude que iba a perjudicar tanto a los
Pereyra como a él mismo, pero que terminó en traición.
El
diario sugiere que Duarte no huyó por voluntad propia, sino que fue
víctima de una conspiración para silenciarlo y proteger a quienes
se beneficiaron del colapso de los Pereyra. Al leer estas
revelaciones, Walter entiende que el regreso de la sombra de Duarte
no es solo un acto de venganza, sino una reivindicación de su nombre
y una exposición de la verdad.
Walter
comienza a sospechar que el asesino debe ser alguien que conoce
íntimamente la historia de las dos familias y cómo Duarte y su
propia familia también vieron afectada su vida. Observa que en
algunos anuncios clasificados aparecen palabras claves como
“justicia”, “deuda” y “memoria”, y en las cartas al
director se utilizan seudónimos con alusiones a la justicia poética
y al desquite. Todo apunta a un individuo que vivió la humillación
de Duarte de primera mano, alguien que ha estado oculto, esperando su
oportunidad para vengar lo que considera la traición y abandono a
Duarte, buscando así restaurar el honor de su familia. Evidentemente
esa venganza no solamente llegaba a las familias involucradas, sino
también a todo allegado que hubiera estado en contra de Duarte o que
difundiera la versión que cargaba culpas sobre él.
Tras
seguir pistas y hablar con algunas de las personas y familias de más
tiempo en el barrio, Walter logra rastrear al responsable: Ricardo
Duarte, el menor de los hijos de Sebastián que fue criado por sus
abuelos paternos porque sus padres no tenían medios para educarlo y
además querían tenerlo lejos para protegerlo de las secuelas del
escándalo. Tras décadas en el anonimato, volvió con una identidad
falsa, haciéndose llamar Benjamín Scandroglio (apellido de su
madre), procurando no levantar sospechas, para ejecutar un plan de
venganza que ha estado planeando durante años.
Walter,
al darse cuenta de que no puede actuar solo, contacta a un periodista
amigo para que publique un artículo exponiendo parte de la verdad:
los vínculos entre los crímenes y el antiguo escándalo financiero.
Esto provoca un revuelo en el barrio y pone al asesino en una
encrucijada. Las autoridades, alertadas por el reportaje y las pistas
aportadas por Walter, empiezan a investigar más de cerca a los
distintos descendientes de quienes participaron en ese escándalo
histórico.
Ricardo
que – recordemos – era conocido en el barrio como Benjamín, al
verse acorralado, intenta un último movimiento: acabar con la vida
de Walter, el único que ha logrado desentrañar su plan. En una
confrontación nocturna en el kiosco, Ricardo se enfrenta al kioskero
detective, revelando su motivación y justificando sus crímenes como
actos de justicia para restaurar el honor de su padre y, por tanto,
de su familia. Walter, con su calma característica, logra ganar
tiempo al recordarle a Ricardo recuerdos de su infancia en el barrio
con sus abuelos, antes de las circunstancias que lo llevaron a ese
camino de odio y venganza.
La
policía, alertada por el periodista, llega justo a tiempo para
arrestar a Ricardo. Durante el juicio, salen a la luz documentos y
testimonios que confirman la verdad detrás del escándalo: los
Castro no solo se beneficiaron del fraude, sino que jugaron un papel
crucial en la desaparición de Sebastián Duarte, el socio
traicionado que había planeado exponer el esquema antes de ser
silenciado.
El
caso resuena en toda la ciudad, y el barrio queda dividido entre
quienes ven a Ricardo como un villano y quienes lo consideran un
hombre que buscó hacer justicia cuando nadie más lo hizo. El juicio
revela las heridas no curadas de una sociedad que vivió demasiado
tiempo en silencio, y Walter, aunque triste por la violencia
desatada, siente que su intervención permitió que la verdad saliera
a la luz.
El
desenmascaramiento del asesino no solo resuelve una serie de crímenes
que la policía no había podido abordar, sino que también devuelve
al barrio una parte de su historia. La publicación de artículos y
la cobertura mediática traen a la memoria colectiva los viejos ecos
del fraude, la traición y el orgullo desmedido que arruinaron a las
familias Pereyra y Castro.
Walter,
convertido en un héroe improbable, regresa a su kiosco con la
satisfacción de haber ayudado a restaurar una parte de la justicia
que el barrio merecía. Aunque los crímenes no pueden deshacerse, el
acto de desenmascarar al asesino y exponer la verdad permite que el
barrio inicie un proceso de sanación. Las familias, enfrentadas por
generaciones, se ven obligadas a confrontar sus errores y reconocer
que el rencor solo ha llevado a más sufrimiento.
El
caso ha llegado a su fin. Los titulares de los periódicos hablan de
justicia, de un barrio que comienza a sanar y de un pasado que
finalmente ha sido desenmascarado. Sin embargo, para Walter, la
resolución de estos crímenes es solo un capítulo en la historia
más grande y compleja que constituye la vida de su barrio. Desde su
modesto puesto en la esquina, sigue vendiendo periódicos, revistas y
golosinas, manteniendo una rutina que parece sencilla, pero que en
realidad es mucho más significativa de lo que los demás imaginan.
Aunque
los grandes misterios y crímenes atraen la atención, Walter sabe
que son las pequeñas verdades las que realmente tejen la red de la
vida diaria. La confesión de un joven enamorado que no sabe cómo
declararse, el arrepentimiento de un vecino por un comentario
hiriente, la mirada nerviosa de alguien que teme perder su empleo:
todo ello forma parte de un tapiz de historias que Walter ha
aprendido a leer.
Sabe
que cada periódico que vende, cada revista que coloca en su
mostrador, es un fragmento de la historia de su tiempo. Y que, aunque
muchos compren solo para entretenerse o informarse superficialmente,
hay detalles y verdades profundas que pasan desapercibidas y que solo
alguien con la paciencia y la sabiduría de Walter puede ver.
Para
Walter, ser un detective no es solo resolver crímenes; es entender a
las personas, leer sus intenciones, y ayudar a que el barrio siga
funcionando como un organismo vivo, a veces caótico, pero lleno de
vida. Es saber cuándo ofrecer un consejo sin que lo pidan y cuándo
quedarse en silencio y observar. Es descubrir que, aunque los
titulares hablen de eventos lejanos o de escándalos nacionales, las
historias más importantes se viven a diario, en la esquina de su
kiosco, en las miradas de sus vecinos y en las pequeñas confesiones
que le hacen al comprar el diario.
La
esencia de ser buen detective, como Walter lo ha aprendido, radica en
saber que detrás de cada noticia, detrás de cada conversación, hay
algo más esperando ser descubierto. Porque el verdadero misterio no
termina con el cierre de un caso, sino que vive en las historias
cotidianas de quienes pasan por su esquina cada día. Y para ese
misterio, Walter Orgoroso Pena siempre estará allí, listo para
escuchar, observar y, cuando sea necesario, actuar.
HASTA
AQUÍ EL "MISTERIO"...
AHORA
MI COMENTARIO.
Uso
instrumentalmente la Inteligencia Artificial, en adelante IA, y como
diversión algunas veces obtengo imágenes generadas por IA, pero
nunca me había propuesto armar algo con un poco (muy poco fue en
realidad) más de cuidado.
Elegí
obtener a través de la IA text to text la línea argumental para un
cuento o – visto cómo quedó – para un episodio de una serie de
detectives “cozy mystery”, como le dicen ahora a los policiales
soft.
La
verdad que es muy rápido.
Mi
trabajo intelectual consistió en escribirle al CHAT de acceso
gratuito “https://chatgpt.com/” un primer prompt que fue este:
“Me gustaría que me armaras un argumento para un cuento
policial en el que el detective es el dueño del kiosko de diarios
del barrio y resuelve el misterio del asesinato de vecinos con pistas
que aparecen en los diarios de la ciudad de Montevideo.”
La
IA me contestó: “¡Qué buena idea! Un detective que sea dueño de
un kiosco de diarios en Montevideo suena como un personaje único y
perfecto para un relato policial con un enfoque diferente. Aquí
tienes un posible argumento:”
Qué
atenta, ¿no?
Entonces
arrancó con el primer output.
Luego
le dije a la misma IA: Desarrollame esta idea “...”,
poniendo entre comillas cada párrafo del documento creado en el
primer prompt, que eran siete párrafos.
Puse
cada uno de los siete desarrollos en un mismo archivo y ahí sí,
seleccioné párrafos de cada uno, hice cambios muy mínimos, salvo
en la parte de quién era el asesino que tuve que armar un poco unos
4 o 5 párrafos a mi gusto. Pero por capricho mío, nomás, y mantuve
el estilo del aplicativo.
El
único cambio relevante fue que le puse de nombre “Walter” al
protagonista, en vez de “Don José” que fue el elegido por la IA
. Ademças a los asesinados la IA les ponía un Don o Doña antes del
nombre. Los saqué: eso es muy español, no uruguayo, ahí la IA se
equivocó.
También
puse apellidos al protagonista, a los asesinados, al asesino. La IA
escribe todo solamente con el nombre de pila.
En
fin... si bien se hace rápidamente, es algo muy superficial lo que
armé. Claro que para quien tiene el oficio de escribir guiones y
demás, le da una base por lo menos interesante.
Lo
que pensé cuando releí el texto es que bien podía ser la base de
un episodio de alguna cadena norteamericana de estas.
No
quise armar mejor la historia, por no dedicar tiempo. Pero estoy
segura que podía haber sido mucho más detallista y que, con los
prompts adecuados, se puede obtener todo el dialogado entre los
personajes mencionados como para un cuento extenso o un episodio de
una serie.
Igual...
me resultó divertido esto del detective Walter.
¡A
ver si no sale la serie de historias en algún momento!
En
cuanto a la cara de Walter, efectivamente, también es de la IA.
Dejo
abajo las imágenes que obtuve con los correspondientes prompts.
Fueron dos porque primero pedí un kioskero y me salió uno más
argentino, de alimentos. Luego aclaré que lo quería de diarios y
revistas, sobre la base del anterior y ahí si, quedó más como
había pensado yo en mi kioskero detective.
¿De
quién es todo eso? ¿Quién puede tener derechos de autor?
De
acuerdo con el concepto de autor: nadie.
Y
desde la experiencia de armarlo, porque no fue escribirlo, creo que
es justo.
Lo
mío fueron esas pequeñas opciones, alguna frase que otra en tres
párrafos y nada más. No merezco considerarme autora de tooodo el
texto.
Distinto
sería a quién imputar derechos de autoría. Ahí seguramente lo
razonable es que fueran míos porque ingresé el prompt e hice el
trabajo de juntar y seleccionar algunas cosas. Pero eso hoy no tiene
apoyatura legal. Y es claro que no soy la autora del texto que
transcribí.